El Inquisidor

La motosierra de Javier Milei, que había prometido caer sobre la “casta”, empezó por los más vulnerables en Argentina: entre las primeras víctimas del desguace impulsado por el Gobierno ultraderechista están los enfermos oncológicos y de otras patologías severas que dejaron de recibir desde el Estado medicamentos de alto costo, indispensables para sus tratamientos. En los últimos cuatro meses, son al menos siete las personas que fallecieron a la espera de la medicación que los mantenía con vida. Las autoridades celebran un recorte de 140.000 millones de pesos (unos 150 millones de dólares) en el área de salud, pero niegan el fin del programa de asistencia. Solo unos pocos han comenzado a recibir de nuevo la medicación tras judicializar sus casos.

Desde diciembre, cientos de pacientes mantienen un pulso desigual con el Estado por los medicamentos que normalmente recibían a través de la Dirección de Asistencia de Situaciones Especiales (Dadse), un organismo dependiente del Ministerio de Salud que otorga subsidios para la adquisición de medicinas de alto, medio y bajo costo. Es el último recurso para pacientes de bajos ingresos, entre ellos niñas y niños, que no cuentan con cobertura médica ni ningún tipo de ayuda.

El titular de este organismo, Sergio Eloy Díaz, renunció al cargo el miércoles pasado, según informaron medios argentinos. En los días previos, los pacientes habían inundado de recursos individuales y colectivos los tribunales y presentaron denuncias penales contra la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, la titular de Salud, Mario Russo, e incluso contra el presidente Milei por los delitos de “abandono de persona”.

Una ampolla de Brentuximab, el medicamento que necesita, ronda los 10 millones de pesos (más de 10.000 dólares). Gabriel necesita tres ampollas cada 28 días. “Claramente, algo imposible de pagar para un particular”, dice. A su tratamiento, que debía iniciar de manera urgente, lo viene sosteniendo gracias a la red solidaria de organizaciones y familiares de pacientes que donan medicación que ya no usan. “Eso es lo único que me da esperanza de vida. Gracias a esa solidaridad hoy puedo hacer mi tratamiento a tiempo. Pero a su vez, pienso en que esa medicación la puedo recibir porque otros pacientes murieron. Hasta ese punto te llevan, tenés que esperar que otro muera para poder recibir la medicación”, relata el joven desde su casa en Monte Grande, en zona sur del extrarradio de la ciudad de Buenos Aires. (EL PAÍS ESPAÑA).

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