El Inquisidor

Argentina, Uruguay y Paraguay serán sedes de los tres partidos inaugurales del Mundial 2030, el del Centenario. Una Copa del Mundo que tendrá el resto de sus 101 encuentros en España, Portugal y Marruecos.

 Mundiales de fútbol no son eventos económicamente viables. La realidad, sin embargo, los sitúa más bien en el nivel de los negocios ruinosos, con un déficit estructural que edición tras edición deja pérdidas millonarias que serían inasumibles para un organismo como la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA, por sus siglas en inglés).

Las cifras son elocuentes: los catorce torneos que se han celebrado desde el Mundial de Inglaterra de 1966 acumulan unas pérdidas de casi 17.000 millones de dólares. ¿Cómo es posible que se sigan celebrando? Una de las razones de su continuidad no es otra que el reparto de los gastos: si bien la FIFA absorbe todos los beneficios ―entradas, derechos de emisión y publicidad―, solo asume una parte de los gastos, ya que la construcción de estadios corre a cargo de organismos externos, normalmente de carácter público dada la escasa rentabilidad que suelen demostrar los recintos después del gran evento. En Brasil 2014, por ejemplo, el 90% de la inversión provino de fondos públicos.

Los datos proceden de una actualización publicada este mismo año de un estudio que analizó la sostenibilidad de los Juegos Olímpicos en la revista científica Nature (“An Evalution of the Sustainability of the Olympic Games”, Müller et al., 2021). Los sesenta es la década de partida porque coincide con una expansión del tamaño de estos eventos, con el desarrollo de la retransmisión en directo por satélite y de las intervenciones urbanísticas, y porque la disponibilidad de datos relacionados con ediciones anteriores es más limitada.

En este sentido, cabe destacar que el estudio incluye únicamente costes e ingresos directos, es decir, imputables claramente a la celebración del Mundial, por lo que partidas como la construcción de infraestructuras generales ―transporte, alojamientos, etc.― o las ganancias de la hostelería, mucho más difíciles de delimitar y cuantificar, han sido excluidas.

Hasta la fecha, el único Mundial que ha arrojado beneficios desde la década de los sesenta es el de Rusia de 2018, pero en Catar, que ya es la segunda edición más cara de la historia si tenemos en cuenta la inflación, los más probable es que vuelvan los números rojos.

Las autoridades cataríes sin ir más lejos estiman que la inversión que rodea la organización del Mundial de 2022 ha requerido más de 200.000 millones de dólares, aunque solo 6.500 se han destinado a la edificación de estadios ―la FIFA desembolsará por ello 1.696 millones a la organización―. Por el camino, la dictadura del golfo Pérsico ha aprovechado  para ampliar su oferta hotelera y de ocio, remodelar toda su red de carreteras y construir una nueva vía ferroviaria, proyectos que se enmarcan dentro de la estrategia Catar 2030, un plan de desarrollo que pretende hacer del país árabe «una sociedad avanzada capaz de lograr un desarrollo sostenible» para esa fecha.